viernes, 16 de noviembre de 2007

La luz de mis ojos




Carla tiene solo trece añitos. Fue baleada el domingo por la tarde cuando jugaba con sus amigas, muy cerca de su casa, en una población de la periferia, aquí, en Santiago de Chile. Se debate entre la vida y la muerte. Al dolor de su familia y vecinos, se une una larga lista de niños, niñas y adolescentes que han sido heridos, o han muerto, en situaciones similares. Puerto Montt, Maipú, Puente alto son algunos de los lugares que han estado presentes, en la opinión pública en los últimos meses, a través de trágicos hechos que afectan a personitas que para sus familias son, o eran, la luz de sus ojos.

Los avances comunicacionales permiten tener la información con rapidez, de manera cómoda, en modernos sillones y con Lcd o plasmas que mejoran la calidad en la imagen. Ni el acomodo, ni la tecnología o el poder asociado al control remoto puede evitarnos, la posibilidad de reflexionar acerca de nuestras luces internas. La de nuestros ojos.

Uno de los más profundos dolores que afectan a las personas, se produce cuando se vive la pérdida de un ser querido. El mayor, más complejo, para los especialistas en este tipo acompañamientos, es la muerte de un hijo o hija. La sola imaginación de una situación así, forma parte de los más íntimos secretos, pocas veces explicitado, de la mayoría de los padres y madres. Éste sentimiento de temor, cuando se repite con frecuencia y se instala en la vida cotidiana de personas y comunidades, genera distintas actitudes y comportamientos. Algunos de ellos, los vinculados al temor y la desconfianza, podrían alterar profundamente la vida personal y la convivencia entre familias, barrios y comunidades.

Perder a un hijo o hija ya es una experiencia terrible en sí misma, perderla por una bala que dispara rabia, malestar y exclusión es mucho más devastador. Algo de la mirada muere, cuando un ser amado cierra sus ojos para siempre. Y esperamos que Carla viva.

Los domingos por la tarde son especiales. En las poblaciones siempre hay fútbol. Algunos se aproximan a las polvorientas canchas llevando consigo, secretamente, el sueño del gol olímpico en el minuto final, otros han esperado la semana completa para dar un paseo junto a sus hijos, y descansar un rato bajo resecos árboles, sentados en tablones resquebrajados por el calor y el paso de los años. Esto no les impide proyectar el sueño de construir familia, pensando en canchas con aroma a pasto y no a tierra, una piscina al final del muro, en ese que rebota la pelota, asientos como los de las plazas de Chillán y muchos, muchos lugares para jugar. En el corner están los otros, que aprovechan la pichanga para encontrarse con los amigos de siempre, junto a algunas cervezas y algo para olvidar. Olvidar que la noche anterior no durmieron ya que falta sueño y sueños.

Con este contexto e inexplicablemente, quizás, se muere también el sueño del gol olímpico de Carla. Ese gol de muchas niñas y niños pobres, que le tuerce la mano al resultado ya pronosticado, y al último minuto la convierte en doctora, básquetbolista o profesora, no importa mucho, lo importante son, o eran, sus sueños. Los niños de Puerto Montt al parecer ese día no tenían mucho sueño y sí, muchos sueños. Los sueños de adolescente. Traviesos, arriesgados, valientes y buenos por naturaleza. Los motivos porque están ahí tienen que ver con nosotros. En las poblaciones y en las cárceles los domingos por la tarde son especiales.

Son muchas las poblaciones y comunas de Chile en que importantes grupos humanos están expuestos a situaciones generadas por la exclusión social. Puente Alto la Comuna con mayor cantidad de habitantes en nuestro país, y donde se vienen repitiendo con frecuencia hechos de esta índole, reúne, lamentablemente, la mayoría de las características y la sintomatología que identifican las comunas que facilitan y resultan promotores de los fenómenos asociados a la exclusión. Los salarios poco éticos, altos índices de desempleo juvenil, ausencia de redes comunitarias son, entre otros, rasgos que verifican la ausencia de cohesión social. Los
Indicadores de desarrollo humano, al límite, son elementos del contexto que, se olvidan con facilidad y nos podrían ayudar a comprender los elementos estructurales, a fin de prevenir, estas situaciones.
Comprender estas realidades complejas significa mirarlas y vivenciarlas con los ojos del Padre y la Madre que ve en sus hijos la luz de sus ojos. Los padres que acompañan, corrigen, ayudan y facilitan, siempre, nuevas oportunidades. Observar en Carla, la realidad de muchísimas niñas y niños que viven en nuestras poblaciones, con los ojos de quien ve en ellos la luz de los propios, es un camino posible, urgente y de carácter humanitario.

Los niños y niñas de nuestro país son la luz de nuestros ojos. Cuidar esa luz es responsabilidad nuestra, mía y suya.


Antonio Ovando S.


Santiago de Chile. Primavera 2007

Patricio